1. Llovió copiosamente todo el día. Aceras y calzadas empapadas.
El agua de las nubes se arrojaba sobre asfalto y baldosas inundadas.
La lluvia en llovizna se trocó. Lentamente dejó de lloviznar.
El cielo despejose poco a poco. En un pequeño espacio azul oscuro,
dibujose la reina de la noche.
Lentamente aumentó su intensidad. Precisó su perfil con nitidez.
El telón de las nubes fue quitado. Y la luna... soberbia y vanidosa,
exhibió nuevamente su esplendor.
2. Mirándola, pensé que era ladrona de la luz del gran sol que la
adornaba. Dejando metafóricas figuras, a la luna dejé de contemplar.
Salí de mi refugio protector y seguí por mi senda ya trazada.
Mas no pude olvidar aquella luna. Volví a verla en un charco reflejada.
Nuevamente serena y majestuosa, su vanidad excesiva la obligó
a ponerse al alcance del viandante, aquel que cabizbajo transitaba
sin alzar la cabeza hacia los cielos.
¡La luna se había puesto a nuestro alcance! A mano del primero
que pasara. Reflexioné "¡Qué luna narcisista! ¡Necesita del espejo
de ese charco para ver su magnífica hermosura!"
Las baldosas mojadas eran marco de la imagen de plata inmaculada.
La luna reflejada con su marco lucía más hermosa que en el cielo.
Mas de pronto un viandante presuroso puso el pie en el agua de
aquel charco. Y aquel espejo de agua se quebró rompiéndose la
luna en mil pedazos.
3. Poco a poco se fue recomponiendo. ¡La luna recobró su majestad!
Un niño con su rauda bicicleta la imagen de la reina partió en dos.
Apenas tuvo tiempo de rehacerse y el barro de la bota de un
transeúnte fue limpiado fue limpiado en el charco lavatorio...
Arrugóse la luna nuevamente asqueada por la gotas de aquel barro.
Y en forma sucesiva aquella noche la luna fue quebrada y enlodada.
Terminó la princesa de la noche en jirones flotando en agua turbia.
4. Reanudé lentamente mi camino. De la lluvia aprendí una
lección. La luna descendiendo de su cielo poniéndose al alcance
de cualquiera, perdía su infinita majestad. ¡Pisarla era posible a
quien quisiera! Más cuadraba a su egregia condición deslizarse,
serena, en las alturas, alejada del lodo terrenal.
De inmediato asocié a la triste luna con los seres y objetos de
esta tierra que por raro designio del destino se obligan por el
lodo a transitar. Un diamante que salta de su engarce...
Una flor separada de su tirso... Una carta de amor que se
extravía... Un espíritu selecto muy sensible obligado a vagar
incomprendido.
5. La imagen de la luna me persigue. Quisiera rellenar las
cavidades que contienen los charcos de este mundo.
Y evitarle a la luna el gran vejamen de sentirse quebrada
por la nada. VERA VALDOR
jueves, 5 de mayo de 2011
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